"El Calamar: una nueva perspectiva en el panorama actual" | Opinión | EL PAÍS México
Supongamos que soy coreano. Me acerco al final del año con plena consciencia de que he vivido ya una primera etapa -con sus altibajos y matices- completamente decidido a afrontar todo lo novedoso y sorprendente que traerá la segunda etapa, que se estrenará casi al mismo tiempo que el año '25. Dejo atrás mi querida Madrid, una antigua librería, dos mil libros en estanterías y las ganas de llorar; con la frente en alto, rescatados los libros más íntimos y entrañables, las casi cien libretas llenas de dibujos de monitos en fila y anónimos personajes sin rostro, y la escasa ropa que logró caber en una sola maleta.
Soy infinitamente millonario (según concluyó mi primera temporada) y en vez de comprar una finca en Silao y vivir plácidamente sin más redes sociales que las que sirven para cargar naranjas y mandarinas del mercado a mi casona decimonónica, decido volver a sacar la tarjetita de las tentaciones marcada con los únicos tres símbolos geométricos que aprendí en la secundaria y llamo al anónimo enmascarado de cara negra para aventarme de bruces directamente a la segunda temporada… con un ligero cambio en mi intención.
En el primer Juego del Calamar salí de las garras del alcoholismo profundo y me ausentaba herido del mal vicio de las apuestas en hipódromos en pantalla, tugurios de padrotes y la peor música del azar, quedando mal como padre de familia y mendigando afecto con afectos ya caducados, pero en esta nueva temporada del Calamar me propongo desenmascarar a los VIP’s , volver a la isla de los jueguitos infantiles con final sangriento y desvelar la trama de una oportunista nueva forma de la opresión. Aquí se han aprovechado de los endeudados y soñadores, de los jodidos que buscamos pergeñar un peso o diez pesos por cuajar una cuartilla de prosa limpia y firmamos a crédito hasta los tacos más sudados de las calles contaminadas. Viéndolo bien me basta recorrer los puestos de suadero y tripa humeantes y de vez cuando pedir sushi de pulpo en crudo para sentirme más coreano de lo que parezco.